Hace unos días fue la noche de los libros, coincidió con un Madrid-BarÇa y el futbol pudo conmigo (bueno eso y el hecho de que para ir al centro de Madrid tengo que hacer casi una excursión). Esto me hizo recordar el primer libro que me leí enserio, por propia voluntad, uno que no me mandaba el colegio.
Como muchos niños, de pequeña odiaba leer, era un odio irracional e infundado. Hasta que un día de verano, en el que me aburría mucho, pero mucho, mi padre dijo: “Pues si tanto te aburres lee este libro” a lo que mi madre respondió: “Es demasiado complicado para la niña, no es capaz de leer ni dos páginas de este libro”. Yo me indigné cogí el libro dispuesta a leerlo hasta el final y así hice.
El libro en cuestión era “Las cenizas de Ángela”, un libro no muy recomendado para una niña de 10 años, que era los que tenía por aquel entonces. Admito que las 30 o 40 primeras páginas supusieron un gran esfuerzo, pero soy demasiado orgullosa y cabezota como para dar mi brazo a torcer y más aún si alguien me ha dicho que “no puedo hacer algo”.
Ahora pasado el tiempo doy gracias a ese brote de orgullo tonto que tuve a los 10 años o a la frase de mi madre, porque “Las cenizas de Ángela” (dramón donde los haya) solo fue el primero de una larga lista de libros que he ido devorando uno tras otro desde entonces.
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